Dentro de la colosal, y a veces entrópica, urdimbre que compone las relaciones matrimoniales, la comunicación es el pegamento que une a las parejas, pero también puede ser el arma que las desgarra. Históricamente, la percepción predominante en la sociedad ha sido la de la mujer como víctima de la agresión física por parte del hombre en el matrimonio. Esta idea fáctica ha sido reforzada por siglos de tradición y cultura, que han colocado al hombre en el papel del agresor físico y a la mujer en el papel de la víctima indefensa.
Si bien es cierto que la violencia física ejercida por hombres hacia mujeres es un problema serio y de larga data, por las características antropológicas, evolutivas del varón/macho de cada especie (aunque en el ser humano la violencia del varón solo se da en situaciones de total falta de autoconocimiento sumada a un intelecto ausente como para auto-combatir los impulsos arcaicos propios), también es relevante reconocer que la agresión verbal y emocional en el matrimonio puede tomar muchas formas, y que las mujeres no son inmunes a ejercer este tipo de violencia. De hecho, estudios recientes sugieren que la violencia verbal y emocional por parte de las esposas hacia sus esposos es mucho más común de lo que se suele reconocer.
La violencia verbal, esa lluvia de palabras afiladas que cortan como cuchillos, puede ser tan dolorosa y devastadora como cualquier golpe físico. Los insultos, las críticas constantes, las humillaciones públicas y las burlas pueden erosionar la autoestima y el sentido de valía del esposo, dejándolo con un dejo de insignificancia y despreciado en su propio hogar. Cada palabra hiriente deja una marca invisible pero duradera en su corazón, creando grietas en la confianza y en la seguridad emocional que pueden ser difíciles de reparar.
La indiferencia, por otro lado, es como un frío viento que sopla a través de la relación, apagando la chispa de conexión y afecto entre los cónyuges. El desinterés, la falta de atención y la ausencia de empatía dejan al esposo sintiéndose solo y desatendido, incluso en medio de la multitud. El silencio gélido y los gestos de desdén pueden crear un abismo emocional entre ambos, haciendo que se sientan como extraños en su propia relación.
La inexpresividad y la falta de contacto íntimo pueden ser signos adicionales de la desconexión emocional que puede caracterizar a una relación afectada por la violencia verbal y la indiferencia. La incapacidad para comunicar amor y afecto de manera genuina, así como la falta de contacto físico y expresiones de cariño, pueden dejar al esposo sintiéndose desatendido y no deseado, alimentando la sensación de aislamiento y alienación en su propio hogar.
Todos hemos sido testigos, en algún momento u otro, de cómo algunas esposas pueden convertir a sus esposos en entes pasivos en la relación. A menudo, la esposa asume un papel dominante y activo, mientras que el esposo adopta un papel pasivo y sumiso (en este punto, los complejos de Edipo y de Castración pueden ocasionar una reversión sexual en los hijos, debido a la pasividad del varón y a la actividad de la mujer, a la feminización del padre y a la masculinización de la madre). Esta inversión de roles puede ser perjudicial para la salud de la relación y de la familia toda, ya que va en contra de los roles evolutivos gestados durante millones de años en general y unos 250 mil años en particular a nuestra especie.
Históricamente, el macho de cada especie ha sido la parte activa, mientras que la hembra ha sido la pasiva. Sin embargo, en el contexto moderno del matrimonio, el hecho de que el hombre trabaje fuera de casa y la mujer asuma múltiples roles (aunque la mujer, cada vez más está ingresando al mercado laboral, algo maravilloso que se haya conseguido, por cierto), incluida la gestión del hogar y el cuidado de los hijos, ha llevado a una inversión de estos roles tradicionales. Esto puede crear tensiones y conflictos dentro de la relación, especialmente si la esposa comienza a percibir a su esposo como uno más de sus hijos y a tratarlo como tal.
Las agresiones verbales y emocionales dirigidas hacia el esposo pueden aumentar significativamente, ya que hacia los hijos se disminuyen por el hecho de ser la madre. Esta dinámica puede dejar al esposo sintiéndose desvalorizado, despreciado y marginado en su propio hogar, y como dije antes, creando un ambiente de toxicidad y desconexión emocional en la relación.
Es imperativo el reconocer que la violencia verbal y emocional en el matrimonio no discrimina género ni origen. Independientemente del sexo de los involucrados, todos merecen ser tratados con respeto, dignidad y amor en una relación. Abordar estas dinámicas con empatía, honestidad, comprensión y compromiso mutuo es fundamental para restaurar la conexión emocional y construir una relación basada en el respeto y la comprensión.
La inversión de roles en la dinámica matrimonial y la violencia verbal y emocional ejercida por las esposas hacia sus esposos son problemas complejos que requieren una reflexión cuidadosa y un compromiso activo con el cambio. Solo a través del diálogo abierto, la comprensión mutua y el compromiso con el crecimiento personal y relacional los cónyuges pueden superar los obstáculos frente a ellos y fortalecer su vínculo matrimonial, construyendo juntos un futuro de amor, respeto, entendimiento y felicidad compartida.
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