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09/04/2024


Dentro de la colosal, y a veces entrópica, urdimbre que compone las relaciones matrimoniales, la comunicación es el pegamento que une a las parejas, pero también puede ser el arma que las desgarra. Históricamente, la percepción predominante en la sociedad ha sido la de la mujer como víctima de la agresión física por parte del hombre en el matrimonio. Esta idea fáctica ha sido reforzada por siglos de tradición y cultura, que han colocado al hombre en el papel del agresor físico y a la mujer en el papel de la víctima indefensa.

Si bien es cierto que la violencia física ejercida por hombres hacia mujeres es un problema serio y de larga data, por las características antropológicas, evolutivas del varón/macho de cada especie (aunque en el ser humano la violencia del varón solo se da en situaciones de total falta de autoconocimiento sumada a un intelecto ausente como para auto-combatir los impulsos arcaicos propios), también es relevante reconocer que la agresión verbal y emocional en el matrimonio puede tomar muchas formas, y que las mujeres no son inmunes a ejercer este tipo de violencia. De hecho, estudios recientes sugieren que la violencia verbal y emocional por parte de las esposas hacia sus esposos es mucho más común de lo que se suele reconocer.

La violencia verbal, esa lluvia de palabras afiladas que cortan como cuchillos, puede ser tan dolorosa y devastadora como cualquier golpe físico. Los insultos, las críticas constantes, las humillaciones públicas y las burlas pueden erosionar la autoestima y el sentido de valía del esposo, dejándolo con un dejo de insignificancia y despreciado en su propio hogar. Cada palabra hiriente deja una marca invisible pero duradera en su corazón, creando grietas en la confianza y en la seguridad emocional que pueden ser difíciles de reparar.

La indiferencia, por otro lado, es como un frío viento que sopla a través de la relación, apagando la chispa de conexión y afecto entre los cónyuges. El desinterés, la falta de atención y la ausencia de empatía dejan al esposo sintiéndose solo y desatendido, incluso en medio de la multitud. El silencio gélido y los gestos de desdén pueden crear un abismo emocional entre ambos, haciendo que se sientan como extraños en su propia relación.

La inexpresividad y la falta de contacto íntimo pueden ser signos adicionales de la desconexión emocional que puede caracterizar a una relación afectada por la violencia verbal y la indiferencia. La incapacidad para comunicar amor y afecto de manera genuina, así como la falta de contacto físico y expresiones de cariño, pueden dejar al esposo sintiéndose desatendido y no deseado, alimentando la sensación de aislamiento y alienación en su propio hogar.

Todos hemos sido testigos, en algún momento u otro, de cómo algunas esposas pueden convertir a sus esposos en entes pasivos en la relación. A menudo, la esposa asume un papel dominante y activo, mientras que el esposo adopta un papel pasivo y sumiso (en este punto, los complejos de Edipo y de Castración pueden ocasionar una reversión sexual en los hijos, debido a la pasividad del varón y a la actividad de la mujer, a la feminización del padre y a la masculinización de la madre). Esta inversión de roles puede ser perjudicial para la salud de la relación y de la familia toda, ya que va en contra de los roles evolutivos gestados durante millones de años en general y unos 250 mil años en particular a nuestra especie.

Históricamente, el macho de cada especie ha sido la parte activa, mientras que la hembra ha sido la pasiva. Sin embargo, en el contexto moderno del matrimonio, el hecho de que el hombre trabaje fuera de casa y la mujer asuma múltiples roles (aunque la mujer, cada vez más está ingresando al mercado laboral, algo maravilloso que se haya conseguido, por cierto), incluida la gestión del hogar y el cuidado de los hijos, ha llevado a una inversión de estos roles tradicionales. Esto puede crear tensiones y conflictos dentro de la relación, especialmente si la esposa comienza a percibir a su esposo como uno más de sus hijos y a tratarlo como tal.

Las agresiones verbales y emocionales dirigidas hacia el esposo pueden aumentar significativamente, ya que hacia los hijos se disminuyen por el hecho de ser la madre. Esta dinámica puede dejar al esposo sintiéndose desvalorizado, despreciado y marginado en su propio hogar, y como dije antes, creando un ambiente de toxicidad y desconexión emocional en la relación.

Es imperativo el reconocer que la violencia verbal y emocional en el matrimonio no discrimina género ni origen. Independientemente del sexo de los involucrados, todos merecen ser tratados con respeto, dignidad y amor en una relación. Abordar estas dinámicas con empatía, honestidad, comprensión y compromiso mutuo es fundamental para restaurar la conexión emocional y construir una relación basada en el respeto y la comprensión.

La inversión de roles en la dinámica matrimonial y la violencia verbal y emocional ejercida por las esposas hacia sus esposos son problemas complejos que requieren una reflexión cuidadosa y un compromiso activo con el cambio. Solo a través del diálogo abierto, la comprensión mutua y el compromiso con el crecimiento personal y relacional los cónyuges pueden superar los obstáculos frente a ellos y fortalecer su vínculo matrimonial, construyendo juntos un futuro de amor, respeto, entendimiento y felicidad compartida.
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05/04/2024


Cuando nos sumergimos en el pensamiento relativo a que la interacción constante entre los seres vivos y su entorno, moldea la evolución misma, me resulta apasionante el considerar el impacto de ciertos fenómenos aparentemente insignificantes en la compleja red de la vida. Tomemos, por ejemplo, la modesta picadura de un mosquito. En el ámbito de la naturaleza, este acto aparentemente trivial se convierte en un eslabón vital en la cadena de eventos que define nuestra historia genética. Desde tiempos inmemoriales, los mosquitos han sido compañeros inevitables de nuestra existencia, sus piquetes nos han acompañado a la par de nuestra propia evolución. Se estima que, en promedio, un individuo experimenta unas 40,000 a 50,000 picaduras de mosquitos a lo largo de su vida. Cada una de estas incursiones introduce una pequeña cantidad de ponzoña en nuestro sistema, una ponzoña que, a lo largo de generaciones, podría haber sido un catalizador silencioso de mutaciones genéticas. ¿Quién habría pensado que en el zumbido incesante de estos diminutos vampiros alados residiría el potencial para dar forma a la historia de la vida en la Tierra?

Sin embargo, la trama se complica aún más cuando consideramos los eventos contemporáneos. En un giro al estilo guion de una película, los mosquitos se han convertido en portadores, no solo de molestias, sino también de enfermedades como el Dengue entre otras. Este fenómeno, similar al advenimiento del COVID, nos enfrenta a una realidad que demanda atención. ¿Es este el resultado de una simple casualidad, o hay algo más profundo y determinista en juego? Es lógico, al menos para mi entender, el interpretar tales acontecimientos como llamados de atención, como señales de un cambio más vasto que se avecina en el horizonte de la historia humana.

Es aquí donde entramos en el magnánimo dominio de lo digital, un reino en donde los ceros y los unos gobiernan como supremos hacedores de esta Nueva Realidad, donde el petróleo del Nuevo Mundo es la Información misma. La pandemia nos ha obligado a reevaluar nuestra relación con el espacio físico, a reconsiderar la naturaleza misma del trabajo y el aprendizaje. En este intrincado baile entre lo tangible y lo intangible, emergen nuevas herramientas, nuevas formas de interacción que confrontan a las convenciones pre-establecidas. El hogar se convierte en el epicentro de la actividad humana, mientras que las fronteras entre lo real y lo virtual se desdibujan cada vez más. Quizás, en algún futuro cercano, lo real y lo virtual pasen a ser ambas, una Nueva Realidad, en donde ambos conceptos serán inseparables.

El tema de los virus, entonces, adquiere una dimensión más amplia. Más allá de su impacto inmediato en la salud pública, nos obliga a confrontar nuestra propia adaptabilidad, nuestra capacidad para abrazar lo desconocido y encontrar nuevas formas de prosperar ante los cambios de los que somos partícipes. Cada brote, cada epidemia, nos invita a reflexionar sobre nuestra relación con lo digital, a explorar las posibilidades infinitas que se despliegan ante nosotros en este enmarañado paisaje de información y de tecnología.

Pero, ¿cuál es el propósito último de este viaje hacia el centro mismo de lo digital? ¿Es simplemente una cuestión de conveniencia, o hay algo más en juego? Al reflexionar sobre estas preguntas, nos encontramos con las sombras de la filosofía, con las ideas de Hegel y su noción de la dialéctica. En la intersección de lo visible y lo invisible, de lo tangible y lo intangible, descubrimos un verdadero Oráculo de posibilidades infinitas. Cada síntesis, cada nueva tesis que surge de la confrontación entre opuestos, nos lleva un paso más cerca de la comprensión última de nuestro lugar en el universo.

Entonces, y para finalizar, lo que se presenta como una simple picadura de mosquito revela capas profundas de significado. Nos arrastra con una fuerza casi invisible pero perceptible, a contemplar nuestra propia historia, nuestra relación con la sociedad y todo lo que nos rodea. En este enorme y elevado teatro de la vida, cada acto, por pequeño que sea, tiene el potencial de desencadenar un cambio fundamental. Así que sigamos explorando, sigamos interrogando, pues en la búsqueda misma reside la verdadera esencia de lo humano.

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01/04/2024


En el tejido social contemporáneo, surge una reflexión ineludible acerca del comportamiento humano y su relación con el concepto de preservación de la especie. A menudo, nos enfrentamos a situaciones donde la prioridad parece ser la exposición y el morbo en lugar de la intervención para prevenir daños o incluso tragedias. Es como si el ego humano eclipsara el instinto más básico de supervivencia colectiva, relegándolo a un segundo plano en favor de la necesidad de destacar y ser visto. Este fenómeno, lejos de ser una mera anomalía, revela una dimensión profundamente arraigada en la psique moderna.

En este marco, resulta crucial examinar cómo la tecnología y las redes sociales han influido en la forma en que nos relacionamos y respondemos ante situaciones de conflicto. Cada vez más, la tendencia a documentar y compartir experiencias de confrontación parece superar la instintiva reacción de intervención para salvaguardar la integridad física y emocional de los implicados. ¿Qué impulsa esta preferencia por la observación pasiva en detrimento de la acción solidaria? ¿Es acaso la búsqueda de validación social o el deseo de participar en una suerte de "danza" virtual de espectáculo y entretenimiento?

Al reflexionar sobre estos aspectos, es inevitable recordar las palabras de Darwin y su teoría sobre la selección natural. Si bien su enfoque se centraba en la supervivencia de las especies en un contexto natural, podemos extrapolar sus conceptos al ámbito humano y cuestionarnos si estamos desafiando, consciente o inconscientemente, los fundamentos de nuestra propia perpetuación como especie. En lugar de priorizar la cooperación y la empatía, ¿nos hemos vuelto más propensos a satisfacer nuestros propios impulsos egocéntricos?

Por otro lado, resulta fascinante observar cómo esta dinámica se manifiesta en diferentes contextos culturales y sociales alrededor del mundo. Desde enfrentamientos callejeros hasta disputas familiares transmitidas en tiempo real a través de plataformas digitales, la necesidad de protagonismo y visibilidad parece trascender barreras geográficas y generacionales. ¿Qué nos dice esto sobre la naturaleza humana y nuestra relación con la tecnología en la era digital?

No obstante, en medio de esta compleja realidad, también encontramos destellos de esperanza y solidaridad. Son numerosos los ejemplos de personas que, ante situaciones de conflicto, optan por intervenir y brindar ayuda desinteresada, desafiando la corriente predominante de pasividad y espectáculo. Estas acciones, aunque a veces pasen desapercibidas en el ruido mediático, son un recordatorio poderoso de la capacidad humana para trascender el individualismo y conectar con nuestra esencia más compasiva.

En conclusión, el fenómeno observado en la interacción humana contemporánea plantea interrogantes fundamentales sobre nuestra naturaleza y nuestras prioridades como especie. ¿Estamos realmente condenados a la extinción de nuestro instinto de preservación colectiva en aras de la búsqueda de reconocimiento y validación personal? ¿O podemos encontrar un equilibrio que honre tanto nuestra individualidad como nuestra interdependencia como seres humanos? La respuesta a estas preguntas no solo define nuestra existencia presente, sino que también configura el rumbo de nuestra evolución futura.

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