Permítase imaginar, aunque solo sea por un instante, el anhelo de reformar una religión arraigada en siglos de tradición. No se trata de aniquilar la religión en sí, sino de alterar la óptica con la que la sociedad global la contempla. Esto conlleva la metamorfosis de la interpretación y la comprensión que las personas tienen acerca de esa antigua fe. Cuando se busca reemplazar la democracia con una forma de gobierno más alineada con la era moderna, el enfoque sigue un camino paralelo. No consiste en abolir la democracia de manera abrupta, sino en erosionar la percepción que la sociedad posee sobre ella. Este proceso se despliega de manera sutil, aunque su importancia radica en pavimentar el camino para el surgimiento de una Noocracia, entre otros posibles destinos.
Es vital comprender que estos cambios no germinan de un día para otro; más bien, son producto de años, a veces siglos, de meticulosa planificación y diseño. Considere, por ejemplo, el tema de las recientes vacunas, cuya gestación se remonta a un siglo o más atrás. Cada aspecto, incluso lo que pudiera parecer fortuito, está orquestado con esmero. Cuando algo parece casual o azaroso, es porque ha sido predeterminado para que así lo parezca a los ojos de las masas globales. Aquí radica la delicada dialéctica de la percepción, y los "agentes del cambio", como los mencionados en el título, tales como David Icke y Benjamin Fulford, desempeñan un papel central en esta coreografía.
David Icke y Benjamin Fulford ejemplifican a la perfección a aquellos individuos que operan en este ámbito de transformación de percepciones. A través del poder de la palabra, se dedican a la desarticulación de las percepciones arraigadas en la mente colectiva de la sociedad. No son meros conspiradores o revolucionarios; su misión reside en modificar la forma en que concebimos el mundo antiguo para allanar el camino hacia una nueva perspectiva. Este cometido exige valentía y determinación, ya que a menudo se enfrentan a una feroz resistencia por parte de aquellos que son los guardianes de las instituciones y sistemas que necesitan reforma.
El colapso del antiguo mundo no representa un evento catastrófico en la realidad, sino más bien un proceso que se desenvuelve principalmente en las mentes de las personas. Cuando presenciamos el colapso de Estados Unidos, en verdad, estamos siendo testigos del colapso en la percepción colectiva, pero no así en la realidad. Lo mismo acontece con las religiones, las democracias y otros fundamentos de la antigua sociedad. Cuando la percepción se desvanece en las mentes de la masa global, esos conceptos dejan de existir. Este proceso de transformación se inicia en la mente individual y se propaga hasta que la percepción colectiva se altera, lo que permite la emergencia de nuevos paradigmas.
Los actores que participan en estos procesos, ya sean líderes políticos, figuras religiosas o individuos comunes, son conscientes de la transformación de percepciones que está en marcha. Algunos desempeñan el papel de "villanos", mientras que otros son percibidos como "héroes". No obstante, todos están inmersos en el mismo proceso de cambio. Como hermanos en esta danza cósmica, cada uno juega un rol en la evolución de la percepción colectiva y la construcción del nuevo mundo.
Es aquí en donde radica el arte de la transformación de percepciones, un proceso que se desenvuelve con sutileza pero que ejerce una influencia trascendental en las mentes de la sociedad global. Con cada uno de los pasos en nuestro avance hacia el futuro, es fundamental comprender que la destrucción de la percepción del viejo mundo representa el primero de aquellos pasos hacia la construcción de una nueva realidad. Y en la última parada o estación, es en este viaje de cambio de percepciones en donde encontramos respuestas a cuestiones fundamentales, como la eterna pregunta: ¿quién soy?
La mencionada metamorfosis de percepciones comparte similitudes notables con un proceso intrínseco a la naturaleza humana: la transformación de la persona en individuo. Como una mariposa que emerge de su crisálida, esta evolución interior requiere un acto de destrucción y reconstrucción. La persona, con sus capas de condicionamiento social y autoconceptos, debe someterse a una profunda revisión. La desintegración del yo previo, de sus creencias limitantes y percepciones estrechas, es necesaria para permitir el surgimiento del individuo.
Este proceso de autodestrucción, llevado a cabo por las manos de uno mismo, no es para los pusilánimes. Requiere confrontar las sombras internas, encarar las heridas del pasado y desmontar las máscaras que han definido al individuo en su forma anterior. Cada capa de identidad debe ser cuestionada y desgarrada, como una vestimenta que ya no sirve. En el momento en que el yo previo toca fondo, es cuando se allana el camino para la ascensión del individuo.
La aceptación del sufrimiento inherente a este proceso es esencial. Cada hecho que ha desmantelado el yo anterior debe ser abrazado y comprendido. La transformación interior implica abrazar el dolor y la confusión, y permitir que estas emociones se conviertan en alquimia para el espíritu. A medida que el individuo emerge, reconcilia su pasado con su presente y abraza una nueva forma de ser.
Dicha analogía relativa a la transformación personal es paralela a la transformación de las percepciones en el ámbito global. La destrucción de la percepción del viejo mundo en la mente colectiva allana el camino para la construcción de una nueva percepción, una Nueva Realidad. Como individuos y como sociedad, enfrentamos el desafío de despojarnos de las capas de percepciones obsoletas y abrazar la metamorfosis. Es que cada quien a su manera debe comprender, que es en este viaje de cambio de percepciones y de autotransformación, en donde encontramos respuestas a cuestiones fundamentales, como la eterna pregunta: ¿quiénes somos?
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