Desde el nacimiento, nuestras mentes se ven influenciadas por dogmas carcelarios que nos condicionan y limitan. Ya sean dogmas políticos, religiosos, ideológicos o incluso deportivos, estos sistemas de creencias nos atan y nos impiden desarrollarnos plenamente. Sin embargo, aunque podamos liberarnos de ellos, como ejemplo de una cadena de la que creo que nadie se libra, es un tipo de miedo; existe un miedo constante, latente, evolutivo y a veces inconsciente, que nos persigue a todos por igual: el miedo a perder a un ser querido. Este miedo, aunque egoísta en su naturaleza, es una cadena de la cual resulta extremadamente difícil liberarse debido a nuestra naturaleza emocional y evolutiva. Podemos encontrar consuelo en la idea de la inmortalidad del alma y en la noción de que somos seres trascendentes, pero el miedo a la pérdida de un ser querido siempre estará presente. Este miedo, aunque podamos apaciguarlo y relegarlo a un segundo plano en nuestra conciencia, sigue acechándonos hasta el último día de nuestra existencia material. Es una cadena que nos ata a nuestra condición humana y que, por su propia naturaleza, resulta casi imposible de romper.
Otra fuente de limitación en nuestra búsqueda de libertad radica en nuestras propias acciones. Cada gesto, palabra, deseo, sentimiento, descuido, omisión, recuerdo, insinuación, inseguridad, intención y vicio contribuyen a una cadena que nos aprisiona psicológicamente. Nuestras máscaras psicológicas, compuestas por todas estas acciones y más, juegan un papel crucial en nuestra sensación de estar encerrados en una cárcel de cristal. Para liberarnos de estas cadenas, es necesario escudriñar nuestras acciones a través de la razón pura. Este proceso, aunque extremadamente desafiante, nos permite tomar control sobre nuestras acciones antes de que se manifiesten. Requiere un profundo autoconocimiento, una conciencia aguda de nuestras máscaras psicológicas y un compromiso constante con nuestra existencia y la de los demás. Al aplicar hábitos que prioricen la razón sobre la acción, podemos aprender de nosotros mismos, pulir nuestras imperfecciones y romper la mayoría de las cadenas que nos mantienen prisioneros.
Si bien la libertad completa puede resultar inalcanzable, debemos esforzarnos en nuestro viaje hacia la libertad interior. A través del constante uso del hábito, podemos acercarnos a esa anhelada libertad, rozándola mínimamente y sintiéndola muy cerca en nuestro interior. Al trabajar en nuestro autoconocimiento, en nuestra empatía, respeto y humildad, podemos allanar el camino hacia la libertad, liberándonos de las cadenas que nos atan y abriendo paso a una plenitud personal y espiritual.
La búsqueda de la libertad es un camino arduo, pero necesario para el desarrollo humano. Aunque nos enfrentemos a dogmas, miedos y nuestras propias acciones, podemos encontrar la libertad interior a través del autoconocimiento y el dominio de nuestras emociones y comportamientos. La libertad total puede ser inalcanzable, pero a medida que nos acercamos a ella, experimentamos una sensación de plenitud y realización que nos permite vivir con mayor autenticidad y paz interior. En consecuencia, es el compromiso constante con nuestra propia evolución y el deseo de trascender nuestras limitaciones lo que nos permitirá tocar la punta de nuestros dedos en la búsqueda de la libertad.
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