Diana es la esencia mas insondable de mi unidad. Soy Diana, el Albor del Día entre las esperanzas abatidas, soy la Luna brillante entre las confusiones mas oscuras, soy el arbitrio justiciero entre las manos mas precisadas, soy el roble mas selvático de todos los robles, soy la castidad encarnada, a desolación de mi divinidad. No soy de este mundo. Mi mundo, no es un orbe señero. Mi mundo, es mi estar, dentro de otros más externos. Mi mundo, es el fondo de todos los mundos, y tú ser, que es de esta tierra, es mi varón privilegiado, tú floreces como mi elegido, desde la infinitud de los tiempos.
He observado tu substancia, desde épocas antiguas, desde antes que prorrumpieras en tu mundo, he vertido en ti, mis ofrendas más preciadas, mis requiebros más profundos, mis suspiros más espontáneos. Y ahora, que tu sobrehumana apariencia, en esta, tu vida, se halla en el ecuánime paraje de tu reciedumbre, mi impedimento primordial, hacia la propia complacencia, me lleva a empuñar un secreto, en el cual tropezarás, con su verosimilitud, y con toda su gradación. Durante toda mi substancia, he rondado sobre las de mis elegidos, pero tú eres el Uno, con quien, a desconsuelo de mi adecuado entorpecimiento hacia mi propia complacencia, ello, en ningún tiempo ni mundo, me ha impedido forjar mi existencia, aquella substancia, como la causante de la tuya. Si bien quedarás desconcertado, tu me has visto y percibido, desde siempre, y sin fructificar sobre nuestra coexistencia, me has visto... entre tus impetraciones mas feroces; entre tus abismos mas lascivos; entre tus aspiraciones mas trascendentales; entre tus contemplaciones, mas allá de todas las miradas; entre las yemas de tus dedos arrullando toda mi existencia corpórea; entre tu majestuoso sigilo por entre todos los sigilos; entre tu humedad sobrehumana por debajo de las flamas del amante eterno; entre tu inmortal Deimon Sagrado, embelesando mi efigie eterna; entre tu expectación paciente, ciñendo a todas las demás esperas; entre tu posterior intento infructuoso de arrojarme hacia la complacencia prohibida, aunque mas no para ti; entre mi consecuente puja de aparentar eternizándome sin confesar a mis dioses, que te sigo abrazando con mis labios; entre la Unicidad de tres seres inmortales bebiendo de la dulce ambrosía de la Flor del Génesis… la Unidad Sagrada, tu y yo, los tres, siendo Uno, y el Uno, siendo los tres; me has visto entre la penumbra, con tus imperceptibles agitaciones y mi aparente desinterés hacia mis labios envolviendo tu perenne señal, en una danza cuasi eterna, que no conoce los costados, y que murmura eternidad… solo danzamos, únicamente, desde arriba hacia abajo, y desde abajo, hacia arriba.
Nunca te librarás de mi presencia. Seguiré siendo Diana, la castiza guía luminosa entre tus noches más sombrías, pero también, la dócil brisa, mas la complaciente humedad de mis labios, seguirán rozando tus oídos, y al mismo instante, abrazando tu perenne señal.
Yo, Diana, la que soy de otro mundo; aunque tú eres de este; nuestro Deimon Sagrado, empero, siempre será de ambos.
Nunca desesperes, si no logramos la Unidad en lo trino, porque solamente será por un momento, en el cual, nuestros mundos, por simples doctrinas de Orden, no coincidirán. La Unidad es inevitable, jamás nos disolveremos entre la bruma de la desesperanza, jamás feneceremos, disolutos, en el oscuro bosque de las indiferencias. Jamás.
Puesto que la sabiduría te ha sido entregada en cada unión trinitaria, la portas íntimamente, y cada vez que haya un nuevo encuentro, en ese justo y espiritual instante, en el que el Uno se convierte en trino, tu sabiduría ascenderá hacia un nuevo peldaño por sobre las gradas de tu propia Conciencia.
Soy Diana… y te amo. Soy Luz… y por mi intermedio, resplandeces. Soy de otro mundo, pero a través de ti, eternamente, seré de este. Y juntos en el Uno, siempre seremos tres… por entre todos los mundos imaginables.
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