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01/07/2017

Confesiones de un iniciado a los 8 años. El Ascenso hacia la Verdadera Luz, no siempre significa una verdadera luz en ascenso.


“Si encuentras tu espíritu abatido, por una rebeldía de tu propio ser, recuerda que tienes en ti mismo, la propia voluntad para vencer.”

Frase inolvidable que he leído cuando era niño en la contratapa interior de un libro de mi abuela paterna, y escrito de su puño y letra. No recuerdo si fue de su propia autoría, ya que no he hallado dicha frase en ningún otro lugar hasta ahora, la cual, se quedó grabada en mí, para siempre. 

Existen ciertas ocasiones únicas e irrepetibles en nuestra vida, en donde un evento, una persona, una palabra, una frase, un poema, un libro, una canción, o bien, una institución fraternal, llegan a generar un cambio psicológico muy positivo en nuestra personalidad. Y a este respecto, recuerdo muy bien que, cuando tenía unos 8 años aproximadamente, aquella frase que leí al final de un libro, escrita por mi abuela, y que cité al comienzo de estas palabras, generó un gran cambio en mi psique profunda, el cual fue de tal magnitud, que solo esas dos líneas bastaron para que mi vida diera un giro de 360º, la cual pasó a estar revestida de una constante búsqueda de la verdad, del saber, de la duda, del conocer, pero, todo ello, abrazado por lo que sería para mí, el comienzo de una especie de autoconocimiento primitivo, de una vida más introspectiva, y que comenzaba a gestarse, sin llegar a detenerse nunca más. Aquella frase, fue para mí, como una especie de chispa, la cual -en aquellos tiempos- pudo encender un Gran Fuego, dentro de mí muy neófita espiritualidad infantil, como una poderosa Antorcha portada en lo alto de mi mano derecha. Esas palabras escritas por mi abuela, no las he olvidado jamás. Y cuando, todo lo anteriormente dicho, se conjuga con lo último mencionado, con esa chispa, con esa antorcha, es el momento en el que ese gran cambio psicológico se produce. 

Ese punto de inflexión que causó en mí, el significado de aquella frase, respecto de la manera en que me veía a mi mismo, -y por ende, a todo lo demás-, lo hago análogo a mi inolvidable experiencia iniciática.

En la Iniciación, me sucedió un cambio muy similar al de aquella iniciación precoz, a los 8 años de edad, aunque, obviamente, esta fue de mucha mayor magnitud, que cuando leí, en mi niñez, aquella reveladora frase, salvando las diferencias de uno y de otro evento. Pero, más allá de las diferencias eventuales, ambos sucesos generaron cambios psicológicos extremadamente positivos en mi persona, pudiendo percibir, en mi iniciación, y sin dudarlo un momento, aquel punto de inflexión del que hablaba antes. Y me animo a afirmar, con total humildad, que ese punto de inflexión; entre mi muerte a todo lo profano, como un ser, a veces, ajeno a mi propio templo interior; y entre el posterior renacer hacia una nueva vida, hacia una nueva conciencia Perfectible de mi mismo, hacia una especie de transformación de ese Yo que me guía y de ese Súper yo que me condena; se renovarán ambos con fuertes cimientos, con paredes compuestas por inamovibles bloques de virtudes, levantadas en base a aquellas piedras en bruto, labradas una a una con la fuerza de mi espíritu, fuerza que será dirigida por el cincel de la razón y de la sabiduría; de modo de que, con cada día de mi vida… de nuestras vidas… ese templo interior irá tomando forma y firmeza. Y así como todavía recuerdo aquella Frase Iniciática de mi abuela, tal como si fuera la primera vez que la leo, -la cual seguiré portando en mi mente hasta abandonar la mortalidad del cuerpo-, también será lo mismo para el templo que comencé a construir, de una mejor manera que en mi anterior vida profana, a partir de mi iniciación. Pero, así como construir templos materiales, es un proceso que lleva varias generaciones, soy consciente de que nunca terminaré de construir mi templo interior, tampoco terminaré de pulir la última piedra bruta, ni llegaré a transformar el plomo en un oro más puro; pero, de lo que sí estoy seguro, es de que, en el trayecto de esta nueva vida, y junto a mis hermanos de aquí y de allá, podré haber llegado a pulir las suficientes piedras dentro de mí mismo, como para que ese templo; edificado principalmente por mi diario accionar, en una asistencia recíproca con la fraternidad, sea el contenedor y guarda de mi autoconocimiento… de mi capacidad de introspección… para llegar a correr el velo que impide ser consciente de mis propios ángeles y demonios… para saber cuales son mis fortalezas… para transmutar mis debilidades en potencialidades… para llegar a conocer a los demás, de una mejor manera empática… para ser un servidor y guardián de la especie humana, así como de la propia Orden; ese templo… llegará a ser cada vez más fuerte y más alto… tan fuerte y tan alto… que yo pueda llegar a sentir, con mis propias manos, como un Perfectible Obrero dentro de mí mismo, el inconfundible calor espiritual, emanado de la Flameante Luz de mi Conciencia... La Verdadera Luz.

El Ascenso hacia la Verdadera Luz, no siempre significa que una verdadera luz esté en Ascenso. Existen muchos iniciados, sumidos en un ostracismo intelectual y de conciencia, que todavía no han aceptado la Verdadera Luz. Pero no solamente, no aceptan a la Verdadera Luz, -inconscientemente, creo yo-, sino que rechazan, de la misma manera, a los que sí la portan, y por desgracias, los primeros son mayoría, mientras que los últimos, solo un puñado. Pero, todos, alguna vez, estuvimos dentro de la mayoría, dentro del ostracismo intelectual, pero los que logran escapar de la Ostra, los que se desprenden del Ánima que los oprime y no los deja individuar, son los que, en definitiva, logran, hallar aquella Antorcha, siendo sus Portadores por siempre, con la mano de la inteligencia elevada hacia el Cielo.

Para poder portar la Antorcha de la Verdadera Luz, primero es necesario, no solo estar atentos a ciertos y determinantes eventos, tales como aquella reveladora e iniciática frase de mi abuela, sino que también, a aceptar, con inteligencia, todas nuestras caídas, porque quien cae 1000 veces, y en todas ellas se levanta, tendrá la fuerza de 1000 Hombres, para poder elevar el pesado manto de la Ostra, y escapar de la oscuridad que envuelve a la Perla que habita en su interior. Pero, como sabemos, las perlas solo se lucen con la Luz. Una Perla no vale nada dentro de su Ostra, tal como sucede con la persona que nunca ha podido escapar de las fuerzas tiranas de su inconsciente primitivo. La Perla, solo se Luce al recibir la Verdadera Luz de la Conciencia, en constante elevación, debido a la propia acción de la voluntad vencedora.

Nelson J. Ressio.

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