Hermoso es el oro, brillante, inalterable, auténtico... pero, por otro lado, es solo un metal, como cualquier otro, al cual alguna vez le dimos valor, porque brilla, porque es el portador de la Luz... pero solo porta la Luz, cuando existe algo que, realmente es Luz a su lado. EL oro brilla y vale, no por lo que es, sino por lo que es todo lo que le rodea. El oro vale porque sabe devolver la belleza gracias a todas las fuentes de Luz que encuentra a su alrededor, pero, cuando estas fuentes desaparecen, el oro no vale nada. El Oro sin la Luz, es como un mentiroso, tarde o temprano se descubre la realidad, tarde o temprano se descubre la mentira, y tanto el oro, como el mentiroso, pasan a ser lo que en realidad son, simples metales que no valen nada por si mismos, sino que necesitan a los demás, para darse valor a si mismos. El oro, como los mentirosos, son oscuros, no brillan por si mismos, no son auténticos, y solo se limitan a reflejar una Luz que no les es propia. Es que, los comprendo, tanto al oro, como al mentiroso, ya que es difícil brillar en esta vida, sin el esfuerzo propio, sin que sea por uno mismo, el brillar, conlleva sufrimientos, y muchas personas que no son auténticas y hasta el propio oro, automáticamente deciden brillar gracias a una falsa coraza a su alrededor. El oro brilla por Luces externas, el mentiroso brilla por lo mismo, y no por si mismo. Pero, lo bueno es que, tanto este metal portador del brillo ajeno, al igual que el mentiroso, ambos, tarde o temprano, serán utilizados para hacer cosas que ambos no quieren hacer, por su propia naturaleza, y que es brillar, gracias a las propiedades lumínicas auténticas de los demás, y no por las propias, y lo que no desean hacer, por nada en el mundo, es mostrar su verdadera faceta, por miedo a perder ese brillo falso que portan, y digo portan, porque en la oscuridad, solo la auténtica Luz es la que resalta, mientras que todo lo que porte la Luz desde otros orígenes, depende de ellos, y no de si mismos.
El mundo está repleto de metales portadores de Luz ajena, pero, a la larga, dichos metales terminan fundidos, debido al calor de la propia Luz, esa que antes los iluminaba.
Nelson J. Ressio.
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