Bueno... ¡Marte!... Allá voy, hacia tus Horizontes Rojos... aunque sea, con mi Mente... aunque más no sea, con mi Alma... aunque de hecho así lo sea, con mi espíritu... aunque, ciertamente lo sea, con mis puras intenciones.
Allá voy, viejo y querido planeta Marte, Padre de nuestra civilización de Sangres Rojas, allá voy, hacia tus llanuras interminables, hacia tus montañas perennes. Allá voy, Padre Rojo y Celestial, espérame en Cydonia, cuna de todo lo que aquí yace. Allá voy, viejo y querido Marte, tu, que alguna vez supiste abrazar a la Tierra, en aquella colosal contienda junto a Venus. Allá voy, hacia tu elocuente monte Olimpo, hacia sus imponentes catorce mil metros de altura, allá voy, a escalarlo para siempre, bajo la eterna mirada de los Valles del Mariner, valles que el Olimpo ha sabido crear, luego de hacerlo consigo mismo. Allá voy, y aunque mi Roja Sangre se entremezcle con el polvo de este gran Valle de Lágrimas, que es nuestra Geb, que es nuestra Tierra, mi espíritu; tal como lo hace el Rojo y Ardiente Fuego de la Eternidad con el alejado Infinito; se fusionara con el Rojo de tu innegable presencia Cósmica.
Espérame, Rojizo Pedestal de los Trascendentes... quizás, ya te encuentres atiborrado de espíritus longevos, de aquellos que han logrado trascenderse a sí mismos... o quizás, yo, solo sea el primero en hacerlo. De cualquier proceder, es muy claro que, el lugar, es lo de menos… nosotros, los Espíritus Rojos de la Trascendencia, no ocupamos lugar alguno... somos Mente… no somos más que un entremezclado de recuerdos, de entre tantos, dentro de la inconmensurable memoria Etérea del Universo.
Nelson J. Ressio.
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