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16/04/2015

La lealtad. Una supra-virtud que no admite arreglos de ningún tipo. ¿Cual es el limite que irremediablemente nos obliga a dejar de ser leales?


La lealtad, es todo aquello que requiere un cumplimiento de ciertas normas de 
fidelidad y de honor. 

Es decir, la Lealtad consiste en una relación biunívoca entre dos o mas personas, fundamentadas estas, en acciones y palabras, revestidas ambas, de una total sinceridad y honestidad.

La lealtad es una norma de convivencia para aquellas personas que lo único que las separa entre ellas, es el respeto mutuo. Si desaparece el respeto, lo primero que se daña es la Lealtad entre las personas.

Y es aquí donde se encuentra el gran problema de esta sociedad conformista con todo lo estándar, con todo lo "normal" y con lo mayormente visto, leído, escuchado, etcétera, de entre el común de la sociedad; es aquí justamente donde se percibe el momento preciso, en el que la Lealtad entre dos o mas personas, se fractura, se daña, se disgrega, comienza su descenso hacia la desilusión y hacia la disolución, sabiendo que una de estas personas, puede llegar a ser una persona "fuera de lo normal, de lo estándar".

Cuando cierta persona percibe que una ha dejado de serle leal a otra, u a otras, se debe preguntar primero, el porque de semejante daño entre ellas; se debe preguntar a si misma, ¿porque tal o cual persona aparentemente dejó de serle leal a otra, u a otras? Porque, practicar y reforzar la lealtad, es un hábito maravilloso, pero no a cualquier precio. La lealtad, solo es digna de ser portada por personas de una incuestionable moralidad, de una innegable honorabilidad y de un aleccionador sentido altruista. Allí, entre dos o mas personas, siendo todas éstas, acreedoras de dichas virtudes, la lealtad brilla por medio de un fulgor tal, que a muchos seres humanos los enceguecería, pero a aquellos virtuosos, solo los ilumina cada vez mas. Entonces, como sabemos, en todos los ámbitos de nuestra vida, cada cosa u evento tiene un límite... hasta el mismísimo universo, por lo que, la lealtad no se escapa a esta ley fundamental. Y el límite se hace visible, en el preciso momento en el que una o varias personas, dejan de portar aquellas virtudes de moralidad, honorabilidad y altruismo. Y es aquí, dentro del curso de nuestra propia historia, en el que nos debemos cuestionar lo siguiente: ¿por cuales otras características fueron reemplazadas aquellas virtudes? Y la respuesta es clara, y si bien no es necesario detallarla, la dejaré expresada a modo de darle un orden a este pensamiento; y se basa en todo disvalor que raya con la falta de ética, con la falta de empatía y con una hipocresía a todas vistas.

Cuando sucede lo anterior, cuando una persona pasó de ser un individuo de conducta intachable, una persona de bien, basada en el respeto y en el interés por los demás, fundamentada en la imposibilidad de ser la propia génesis de un determinado daño hacia otro, u a otros; en definitiva, cuando nos damos cuenta de que la verdadera identidad conductual de cierta o ciertas personas, es totalmente contrapuesta a las virtudes recién nombradas, es allí mismo en donde ocurre un primer quiebre -aunque no definitivo- en aquella lealtad biunívoca hacia otro, u a otros. Y expresé, "no definitivo" porque no podemos dejar que se dañe la lealtad al primer atisbo de algún defecto percibido en el otro, sabiendo muy bien, que también nosotros somos portadores de similares defectos. La lealtad debe permanecer incólume ante múltiples pruebas, las que empujan a sus portadores a enfrentarse sobre las arenas de las adversidades. La lealtad no debe sucumbir en la primera percepción de los disvalores que tengamos, ni siquiera en la segunda, ni aún en la tercera, ya que la lealtad, así como sucede con las personas, surcan los caminos escabrosos de la vida, de las heridas, y de la tendencia hacia la perfectibilidad. No podemos llegar al destructivo extremo del egoísmo, para requerir del otro, u otros, una lealtad sin altibajos, sin resquebrajamientos, sin imperfecciones, porque todo lo anterior se encuentra de manera innata en el Ser Humano.

Ahora bien, la lealtad llega a su límite de tolerancia, cuando la pesada carga de disvalores, respecto de quien -o de quienes- somos leales, deja de ser temporal, debido a ciertas condiciones conductuales adversas dentro de un determinado vínculo humano, por lo que, dichas condiciones pasan a ser una constante repetitiva en el tiempo, es decir, con palabras mas expresivas, pasan a conformar una verdadera faceta de quien -o de quienes- antes portaban las máscaras de aquellas virtudes, y es allí mismo, luego de un largo tiempo, cuando recién conocemos la auténtica faceta de quien -o de quienes- nos miraban con aquellas máscaras plásticas de unas supuestas virtudes que nunca existieron. Es aquí entonces, en donde no nos podemos permitir que la lealtad propia, la lealtad que portamos nosotros mismos y hacia nosotros mismos -y también hacia otros individuos que se merezcan nuestra lealtad-, sin máscaras de ningún tipo; sea afectada negativamente, sea degradada, resquebrajada. A pesar de esto, nuestra lealtad se debe mantener indemne, porque si bien, habrá personas que ya no se merecerán nuestra lealtad, por portar aquellos disvalores, largamente en el tiempo y en el espacio, existe infinidad de personas en las cuales, la honorabilidad, la moral, la ética y el sentido altruista, son sus valores primordiales.

No debemos entonces, ser leales a ninguna persona, grupo de personas, ente de cualquier tipo u organización de la característica que fuera, si todas las anteriores entidades no se fundamentan, de manera sine qua non, en los valores y las virtudes anteriormente expresados. No nos debemos permitir que nos aplasten nuestra lealtad, pero tampoco debemos permitirnos ser leales a toda costa, sin comprobar fielmente, que o quienes, son verdaderamente aquellos a los que les destinaremos nuestra lealtad.

La lealtad no se vende, es intransferible, no es una moneda de curso legal, no es pasible de canje alguno, no debe sufrir por las acciones de las mas nefastas conductas humanas. La lealtad debe ser eterna e inquebrantable, pero, contrariamente a ello, lo único que debe variar, es a quien -o a quienes- se la confiamos, no por un cambio dentro del que la consigue mantener impertérrita hasta su muerte, sino que, por aquellos que se saben vestir de una u otra cosa, dependiendo del momento y de la suerte que elijan para su propio y egoísta beneficio.


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