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06/05/2013



Una de las bastas formas de conocer a los demás, la principal diría yo, es primero, conocerse a si mismo, haciéndolo a través de la mera introspección constante, ininterrumpida, a cada momento y circunstancia, bajo presión o en distensión, en relación o en soledad, en comunicación con los otros, ya sea de forma hablada o escrita, en el sufrimiento o en la felicidad. Todas estas variaciones de los acontecimientos antedichos, en donde tenemos la oportunidad de hablar con nosotros mismos, de entablar una relación biunívoca entre nuestro ser… y nuestro ser… no son mas que las herramientas fundamentales para que, en un indiscutible segundo lugar, logremos comprender a los demás.

En inseparable relación a lo anteriormente expresado, del mismo modo del que constantemente hablamos con nosotros mismos, luego lo haremos con los demás por medio de un mejor nivel de entendimiento y calidad, utilizando la poderosa palabra, sin importar que medio la soporte, como base de toda relación socialmente aceptada.

En consecuencia, las palabras van y vienen, desde un emisor hacia un receptor y viceversa, organizadas en un todo significativo, para que estas frases, conformadas por una semántica entendible, conlleven a una comunicación eficiente entre dos o más interlocutores.

Pero, ¿que pasa con la palabra no respondida, o sea, con la emisión de aquella, sin que el receptor “co-rresponda” con sus palabras de retorno hacia el emisor?

La respuesta es: Esa poderosa palabra no respondida, nos da una gran cátedra respecto de ese “Ser receptor”, y sobre quién, implícitamente, nos enseña acerca de las facetas más oscuras de su innegablemente alterada psiquis.

Y la respuesta sigue; ya que esa palabra no devuelta por el abrumado receptor, describe a la perfección, con quien nos estamos comunicando, pudiendo actuar en consecuencia, antes que esa “no respuesta”, nos pueda afectar de alguna manera, recurriendo, por parte del emisor, a las mejores armas de defensa que cada ser humano debe portar durante toda su vida, y que son, las capacidades de reflexión e intelectuales, respecto de nuestro propio y privado autoconocimiento.

Entonces, el saber cabalmente, o con la mejor certeza posible, quienes y como somos íntimamente, ninguna de las omisiones verbales por parte de ese “reincidente y silencioso receptor”, nos podrá afectar en lo mas mínimo, y con el agregado de que nos deja, además, aquella enseñanza sobre ese “ser que calla y no alega respuesta alguna”. Con ese acto de rebelde indiferencia hipócrita e irresponsable de aquel receptor, lograremos, a través del uso de aquellas armas introspectivas para nuestra defensa, aprender quien es quien, a quién extender nuestra Fe y confianza y a quién no, a quién hablar con claridad y entendimiento y a quién dejar con el oído vacío, a quien mirar con nuestras ventanas del alma y a quien solo “ver” con los ojos de la indiferencia, a quien darle un fuerte apretón de manos y a quien extenderle solo una extremidad, a quien abrazar con el cuerpo y el corazón y a quién solamente dejar que el aire y el espacio se entrecruce, a quien eternizar recordándolo en todo momento con total vehemencia y a quien dejar como desecho de nuestra memoria a corto plazo, a quien confiarle un secreto y a quien confiarle el silencio. Aunque, de todos modos, esa palabra no respondida por parte del receptor, no hará que le quite mi asistencia cuando sea necesario socorrer su cuerpo y su alma. Pero, todo lo demás, queda descartado, por una simple y mala acción de parte de aquel “reincidente ser sin voz”… por la palabra constantemente no “co-rrespondida”.

Esa poderosa palabra no devuelta, no articulada, es como una enciclopedia de definiciones respecto del ser que “no la pronuncia”. Ese silencio de retorno, es un compendio de definiciones implícitas para saber que clase de ser ególatra podemos llegar a tener cerca nuestro. El prefijo “co” de la palabra “correspondencia”, le agrega el significado de “responder en conjunto”, un constante fluir, un ida y vuelta, y no de que la dirección de las voces, siempre viajen en una sola dirección.

Por lo tanto, con nuestras armas de autoconocimiento y junto al entendimiento del silencio, dentro del cual debería ir plasmada una esperada respuesta, podemos saber, a priori, a quien dejar ocupar un lugar junto al nuestro, y a quien solo mostrarle el cartel de “lugar no disponible”.


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